La renuncia de las musas

Usé ese título para un post que colgué para una novia tan fugaz, que en realidad no fue mi novia. El post tenía una contraseña que sólo ella conocía, lo cual de entrada ya es cursi. Pero la historia es tan padre, creo, como los experimentos con drosophilas ¿drosophilae? melanogáster. O sea, una historia de amor que duró menos de un mes.

Y digo amor porque pues, el amortz, pero creo que mis colegas en el bar fueron muy atinados al diagnostcarlo como un cuadro clásico de enculamiento (a pesar del drama de quinceañera que se extiende en mis cuadernos a lo largo de casi un mes).

Así que ahorrémonos el drama (me enamoré, eché toda la carne al asador muy rápidamente y me batearon. Punto) y pasemos directo a la moraleja. El amor está chido así: como experimento con moscas fruteras. Es un coctel de feniletilamina, dopamina, y de más; concentrado en una dósis intensa que te deja estúpido una semana, pero que te permite producir y trabajar. Lo mejor es que cuando te rompen la madre, el bajón también dura poco tiempo. Además, como nadie te compadece, el proceso de recuperación se acelera aún más.

Conclusiones:

El periodo de duelo de una musa es directamente proporcional al tiempo que fungió como tal. Por eso, si la musa te renuncia, es mejor que sea pronto. Corolario: entre más fugaz la musa, menos drama.
Frases célebres (ew):

“Querer contigo es como pescar con las manos” (variación: con hilo de seda)
.
Comparto tus antojos. Como si a través de tus gustos pudiera estar contigo.”

Tsukijy Powa

Epigmenio vivía junto al río. Después de trabajar acostumbraba beberse una cerveza mientras lo veía correr. Un día vio bajar una playera de un rojo bastante vivo. Parecía tener letras, pero no alcanzaba a ver.

El patio donde se sienta tiene unas bardas de cemento no muy altas, como a la cintura, interrumpidas por una reja que da acceso al río (sí pásele río, está usted en su casa). En fin, salió, caminó los tres metros necesarios para llegar al río y se metió para rescatar el curioso objeto que había encallado en las raíces descubiertas de un árbol. La extendió, vio que era demasiado pequeña, y la puso a secar.
Al día siguiente, se la enseñó a su esposa, quien sugirió que se la regalara a su hija, puesto que de todos modos no le quedaba.

La niña, siendo niña, creyó que los extraños caracteres de la playera la iban a convertir en princesa, le iban a dar súper poderes, o algo por el estilo. Y en cierto modo sí, fue algo por el estilo.
La playera, que era de un rojo brillante que obligaba a pensar por qué alguien se desharía de una prenda tan nueva, tenía unos caracteres extraños en amarillo. Los caracteres eventualmente se revelaron japoneses, pero antes de eso generaron curiosidad. Mucha curiosidad. Y ese fue el súper poder de la playera.

La niña, que casi no hablaba y no tenía amigos, de pronto se encontró rodeada de atención; y claro, al principio fue difícil, pero luego lo empezó a disfrutar.

Ya de grande Natalia entendió la importancia de la sociabilidad, y sabía de los beneficios que obtuvo al aprender a interactuar con otros humanos-perro desde pequeña. Hoy, después de tantos años aún recuerda vívidamente su ansiedad y miedo al entrar al salón, pero también cómo se sintió la primera vez que sus compañeros la rodearon para hacerle preguntas.

Esta historia no es sobre humanos-perro, ni la playera que perdí en el río la vez que me enamoré de una venezolana preciosa, ni sobre sus colores o el coraje que sentí cuando la vi perdida. Esta historia es evidentemente sobre la importancia de no construir la casa de uno junto al río.

Para vestir un museo

Guille nació muda, pero con un agudo sentido del gusto. No el gusto del paladar, la lengua y sus papilas gustativas (Guille no era la mejor cocinera), sino del gusto visual. Desde pequeña combinaba los colores, ordenaba cosas y pintaba los juguetes de su hermanito con la destreza de una profesional.

Mientras crecía, continuó desarrollando sus habilidades. A tal grado que la gente del pueblo decía que se comunicaba a través de las cosas que la rodeaban. Como si pudiera responder preguntas acomodando cosas o combinando colores.

Guille trabajaba limpiando casas, y un día, mientras trabajaba en casa de la señora Rula, que estaba en los linderos del pueblo, vio que a lo lejos se aproximaba una pequeña silueta desnuda. Guille la observó mientras se acercaba torpe y lentamente. La silueta se acercaba mientras Guille se distraía con sus quehaceres, pero después de colgar una jerga, ya no la vio más.

Temiendo lo peor, Guille corrió en dirección de donde había visto la pequeña silueta por última vez. Corrió al máximo de velocidad permitido por sus chanclas durante 2 minutos, y cuando al fin llegó, en el suelo yacía una pequeña de unos 8 o 9 años.

Su instinto la impelía a… arreglarla, de alguna manera. (Los pensamientos de Guille fluyen de manera diferente al del resto de las personas). Y eso fue justo lo que hizo. Lo primero que hizo fue darle agua con un poco de azúcar, y luego la dejó descansar en lo fresco. Mientras la niña dormía, Guille cortaba y cosía telas.

Cuando la niña despertó, se encontró vestida como nunca. Como no tenía mucho material, tuvo que armar la prenda con los retazos que tenía a la mano, utilizando incluso partes de su propia vestimenta. Era la composición más perfecta que cualquiera del pueblo hubiera visto jamás. No era la forma ni los colores, sino la manera en que funcionaba para la niña desconocida.

Sobra decir que Guille no volvió a limpiar casas, y es más; corre el rumor de que vinieron a buscarla de La Ciudad para que se mudara con ellos. Pero no son mas que rumores; nadie sabe si La Ciudad realmente existe. En realidad lo único que queda de Guille es su legado histórico al mundo de la moda, y una que otra prenda que sobrevive en los museos más importantes de todo el mundo.

El verbo okupar

No sé si sea una cuestión jaliciense, pero como ahí lo noté por primera vez, para mí lo será. Fue en Puerto Vallarta donde me di cuenta de que la gente ahí, no necesita, sino que ocupa:

• ¿Han visto a Laura? No, pero qué ocupas.
• Ocupo un nuevo trabajo.
• ¿Vas a ocupar la escoba?
• Tu caldo ocupa más cebolla.

Y de más aplicaciones.
Hasta ese entonces, ocupar era algo que le hacían las cosas en el espacio, o que correspondía a personas que no estaban disponibles, pero ¿la necesidad? ¿Usarlo para expresar necesidad? 
Me pareció genial y no pude evitar ocuparme en esos pensamientos. 
Y en eso andaba cuando me di cuenta de que además está el movimiento Okupa,
que le da esa sazón disidente
a la palabra.

La combinación de esa palabra con esa idea, y el uso que se le daba en mi trabajo, fueron la receta perfecta para que se me antojara decir que en Jalisco, uno no necesita, uno OKUPA. Y eso es chido. O al menos divertido e inteligente (as in clever or witty). Porquea la oradeloschingadazos no hay que necesitar, sino ocupar. ¿No creen que ocupamos un nuevo sistema político? ¡Okupémos!