El extranjero no es amigo ni enemigo. El extranjero llega, observa, influye, mejora o empeora pero nunca participa; nunca es parte de.
Vivir siendo extranjero es vivir fuera de sí y sin poder determinar cuál es el lugar propio. Y si la inteligencia es la capacidad para interactuar con nuestro entorno y de esa manera comunicar cuál es nuestra posición dentro de él, entonces se puede decir que vivir siendo extranjero no es muy inteligente.
No tiene suelo, por lo que así como es fácil pasar volando, es difícil determinar una dirección. La realidad del extranjero flota en la incertidumbre.
El extranjero no tiene nombre. Si lo tiene, es traducido, por lo que en realidad no es su nombre… o tal vez sí. La incertidumbre se vuelve la norma.