Primitivo

Te llevo en el brazo derecho mientras camino en tres patas. Estamos desnudos y tus talones tocan el suelo ocasionalmente. Tu abdomen está tenso. Tiene que estarlo, de otra forma perderíamos el equilibrio. ¿Qué equilibrio? Todo el equilibrio. Estamos enamorados, ¿te acuerdas? Mi brazo derecho rodea tu cintura y si aflojas el abdomen, el peso de tu cabeza haría que fuese esa parte, en vez de tus talones, la que toca el suelo.

Estamos desnudos, tu abdomen tenso, tus piernas discretamente abiertas, las mías más. Ambos manteniendo el balance de este móvil humano en el que nos hemos convertido. No pienso en sexo pero la tengo parada; muy tiesa. No pienso en sexo pero a ratos detengo la inexorable marcha hacia ningún lugar en particular para besarte. Tú no piensas en sexo pero tu vagina siente el rose de mi pito. Ellos se entienden. Todos entendemos pero no pensamos en sexo.

El contacto y el roce son naturales. No te fuerzo hacia mi pito ni tu abres las piernas. Sólo ese roce seco y natural producto de este movimiento instintivamente correcto.

De pronto un bache, algo ajeno, parte del camino. Sin quererlo, instintivamente; como si nuestras intimidades se hubieran anticipado al defecto en la brecha, mi pene se sumerge en la delicia de tu vagina. No sé si pierdo el control o lo cedo voluntariamente, pero en ese momento, todo empieza a girar en torno a nuestras partes que se hablan en un lenguaje que tú y yo no entendemos pero que disfrutamos. Somos una obra de arte.

Más roce, más humedad, y de manera igualmente natural, mi cabeza nada en tu alberca. Nomás la puntita, digo. Reímos. Te beso. Mi brazo de pronto se cansa. Como si después de días enteros de llevarte cargando, de pronto mi brazo decidiera descansar en ese instante. Entonces caemos abrazados. En ese caer, tan natural, te la meto hasta el fondo; con todo y güebos, como se diría vulgarmente. Pero esto no es vulgar, es orgánico, natural, rico y perfecto. Es hermoso y cogemos hasta venirnos el uno en el otro.