(Fragmento del original)
El día de hoy no empezó; fue una transición imperceptible del anterior, pues no dormí sino hasta que clareó. Después me disponía a ir por leña cuando percibí el cencerro y unos pasos determinados a encontrarme. “Buenas tardes” –enfatizando mi percepción de la madurez del día, y con una sonrisa. Escéptico se acerca alguien cuya expresión corporal dice “qué güeba”, o algo reticente por el estilo. Nos damos la mano y me empieza a hablar como se dirige uno a quien no habla el idioma. Tardé más en convencerlo de que soy mexicano, de lo que me tardé en proponerle caminar con él. Y porqué no; al fin y al cabo ya he paseado cabras por un día entero. Y he ido hasta el Tumpián. No podía ser tan malo, pensé yo de mí. Pude observar que él dudaba por milisegundos y que tal vez lo incomodé, pero ha de haber percibido un entusiasmo genuino en mis ojos que lo hicieron decir que sí en el acto. Accede y empezamos a “arriendar” (arrear) las cabras…