Universo mental

…el arte es el lenguaje del cambio mientras que las matemáticas son el lenguaje del orden…
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Las preguntas que plantea la filosofía son fascinantes porque no tienen una respuesta definitiva. Preguntas sobre nuestra esencia, la realidad que vivimos, el cómo la conocemos, y las razones para nuestro comportamiento e interacción, son ejemplos de este tipo de cuestiones con las que de alguna manera u otra todos nos encontramos en un momento dado. Si bien en este número nos preguntamos porqué el conocimiento es un alimento que nutre nuestra mente, y porqué nos apetece necesario, creo que es válido hacerse una pregunta metafísica primero, con el objeto de responder después la cuestión epistemológica que pretendemos tratar aquí.

La pregunta metafísica que propongo es ¿qué es esa mente que aprende, siente, expresa o comunica, etc.? O en particular ¿cómo es nuestra consciencia en relación con el universo? El carácter filosófico de estas preguntas reside en que hay aspectos de nuestra consciencia que la ciencia no alcanza a describir. Por ejemplo, la ciencia puede describir al color rojo en términos del rango de amplitud de la onda de un haz de luz que rebota en algún objeto determinado, sin embargo no puede describir qué se siente percibir el color rojo. Este es un ejemplo de lo que los filósofos conocen como experimentos mentales, que son útiles para cuestionar las limitaciones de nuestro conocimiento. Este ejemplo se conoce como Mary, la científica del color –ella sabe todo lo que hay que saber respecto al color y nuestra percepción, pero nunca ha percibido un color pues nació ciega.

Otro ejemplo interesante es el de “el hombre del pantano”, en el que uno ha de imaginarse que de manera fortuita aparece un organismo biológicamente idéntico a nosotros. ¿Cómo sería esa réplica exacta que es idéntica incluso hasta en su estructura neuronal? ¿Cómo sería la mente de ese individuo? ¿Sería un clon, seríamos la misma persona? ¿Qué es lo que me hace ser yo?, ¿mis experiencias o mi estructura cerebral? Cuando uno se hace estas preguntas comienza a cuestionar los alcances de la descripción científica en lo que respecta a nuestra mente.

Uno de los ensayos más influyentes que he leído en la materia (La Consciencia y su Lugar en la Naturaleza[1]) fue escrito por David Chalmers. Ahí describe las distintas maneras en las que la filosofía ha abordado el problema de la consciencia. El “monismo tipo-F” es una de estas perspectivas y se encuentra casi al final del ensayo. Fue esa sección la que detonó mi imaginación y enfocó mi pensamiento hacia tratar de responderme esas preguntas. El monismo que describe Chalmers, como él mismo menciona, es una especie de pampsiquismo.

El pampsiquismo[2] es una corriente dentro de la escuela analítica de la filosofía contemporánea. La escuela analítica se refiere principalmente a la filosofía que se hace en las universidades angloparlantes y  que por lo general, intenta ser compatible con la cosmovisión científica. Cabe mencionar que si bien mi argumento es analítico por escuela, y por lo que debo a las ideas sobre el pampsiquismo, tiene algunas variaciones que se me han ocurrido a lo largo de los años y que han sido influenciadas por puntos de vista provenientes de la filosofía continental.

El pampsiquismo me permite proponer a la mente como una característica fundamental de todo lo que existe en el universo, mientras que de las variaciones que menciono, la más importante es que la manera en la que dicha propiedad (el tener mente) se manifiesta es a través del lenguaje. De nuevo, por la naturaleza analítica de mi argumento, me sirvo de los huecos en la descripción científica, no para atacarla, sino para tratar de proponer nuevos caminos.

La dificultad en plantear a la mente como algo fundamental, es que ésta tiene que existir en todos los niveles de la estructura del universo, lo que implicaría que se puede pensar que los átomos y moléculas, etcétera, tienen una mente. Para atribuir el concepto a dichas estructuras es necesario definir a la mente de una manera lo suficientemente flexible como para abarcarlo todo. Pero creo que la dificultad vale la pena, pues una definición sencilla y universal simplifica lo que de otro modo suena más a ciencia ficción que a filosofía.

Y entonces ¿cómo definir la mente? Yo propongo una definición fenomenológica. La fenomenología[3] es el estudio de las estructuras de la consciencia experimentadas en primera persona –esto es la parte de filosofía continental pero a partir de aquí me cuesta diferenciar qué idea pertenece a qué escuela. Por esta razón la fenomenología suele entenderse como algo atribuible únicamente al ser humano, sin embargo no sirve para definir una mente atribuible a cualquier cosa en el universo. Para idear un concepto tan general, tenía que averiguar más sobre el universo para ver qué tan profundo podía llegar esta idea.

Y mientras más investigaba sobre las múltiples teorías del origen del universo, me di cuenta de que no tenía tanto caso preguntarse sobre el origen, pues todo lo que pudiésemos saber, es especulación. Así, decidí trabajar con lo que sabía.

Que el universo está compuesto de materia y energía.

Que el tiempo transcurre para todo lo que existe en nuestro universo.

Lo que ocurre a través del tiempo es un cambio.

Los cambios son experiencias.

Es hasta este momento que puedo definir a la mente de una manera satisfactoria: es el componente o aspecto fenomenológico de todo aquello que experimenta cambios en el tiempo. A lo que me refiero con ‘fenomenológico’ es al cambio como es experimentado por el sujeto en el que ocurre dicho cambio, esto es, la experiencia del cambio como ocurre en el sujeto. Como el universo está compuesto de materia y energía, y el tiempo transcurre para todo lo que existe en el universo, tanto la materia como la energía están sujetos al tiempo. Y si todo lo que ocurre a través del tiempo es un cambio, entonces todo (tanto la materia como la energía) experimenta cambios. Si todo experimenta cambios, y aquello que experimenta cambios está definido como mente, entonces todo tiene mente.

El Lenguaje

Ya con una definición de la mente, es momento de hablar de qué utilidad tiene el postular una definición tan general. La mente como la he definido no es sino el punto fenomenológico sobre el que inciden cosas como la velocidad, posición, etc. (en los niveles fundamentales de lo que constituye nuestro universo), y cosas como el dolor, amor, o la inteligencia (en mentalidades como la nuestra). Admito que es un rango gigantesco de experiencias, pero es muy útil, pues si tuviésemos acceso a toda esta información fenomenológica podríamos saber qué se siente ser un electrón, por decir algo. De este modo, se puede ver a la mente como aquello que nos da acceso a otras mentes; es un vehículo para una serie de propiedades que van de las más simples hasta las más complejas, pero que tiene una propiedad básica y universal. Tan universal como las cuatro fuerzas fundamentales (gravedad, electromagnetismo, interacciones débiles y fuertes), pues así como hay fuerzas que inciden en la materia y la energía, debe haber algo que incida en la mente de todo lo que existe en el universo.

Lo de las propiedades es un tema muy interesante, pues las hay de todo tipo. Por ejemplo, el dolor o la capacidad de percibir colores son propiedades mentales, pero el ser rojo (la rojez), o el tener masa también son propiedades de otro tipo; ya sea disposicionales o relacionales, etc. Todo esto es importante porque imaginar una mente sin propiedades sería como imaginar un espacio sin movimiento.

Ahora bien, al igual que necesité de una definición muy laxa de la mente para que fuese atribuible a todo en el universo, ahora necesito una propiedad mental con características similares. Para esto necesito valerme de algunas analogías naturalistas para llegar a esa generalidad. Por ejemplo, la propiedad de tener masa parece no tener nada de mental, sin embargo soy capaz de sentir mi peso contra el suelo, percibo el peso de las cosas que intento mover, etc. Ahí está el componente mental. La propiedad de tener masa nos permite interactuar con otros cuerpos masivos a través de la gravedad, y en general, aquello descrito por la física y la química interactúa entre sí gracias a las fuerzas fundamentales. Y aunque no estoy diciendo que un protón necesariamente tenga la capacidad de percibir su propio peso, sí creo que de alguna manera tiene la capacidad de comunicarse con su entorno.

La propiedad mental fundamental es el lenguaje. Otra manera de entenderlo es que la mente se manifiesta a través del lenguaje porque todo se comunica. Al menos, es posible postular que hay comunicación pues parece ser evidente en los niveles más básicos de la estructura de nuestro universo. Así, la mente no está separada de lo físico, e idealmente, la descripción fenomenológica se incluiría a la física para dar una descripción completa. De manera tal que podría describir qué siento (o qué percibo) cuando veo el color rojo. Todo regresa al lenguaje. Según yo todo tiene acceso a dos lenguajes universales por el simple hecho de existir: el lenguaje matemático y el lenguaje artístico.

El lenguaje matemático es el lenguaje de las fuerzas fundamentales que todos hablamos aunque no entendamos. No necesito saber que la aceleración de la gravedad en la tierra es de 9.81 metros sobre segundo al cuadrado para que mis pies se mantengan sobre la tierra. A la vez, el hecho de que sepa sobre la gravedad y las parábolas no mejora mi puntería. El lenguaje matemático es universal y es accesible a todo en distintos niveles. El átomo lo habla al unirse para formar moléculas y el cerebro del arquero lo habla al calcular, en fracciones de segundo, distancia, altura, dirección del viento, etc. Es evidente en la naturaleza y en el ser humano, que ha llevado su investigación hasta lugares antes insospechados. Pero es accesible a todo, desde los átomos hasta las galaxias. El matemático, es el lenguaje del orden producto de largos periodos de tiempo; el lenguaje de la de la precisión.

El lenguaje artístico es igualmente accesible a todo, pues es el lenguaje de los instantes, del cambio; el lenguaje del caos y de las emociones. Puede sonar extraño, pero digamos que en los niveles fundamentales, el principio de incertidumbre es la broma que le juega el lenguaje artístico al matemático. Eso es: el lenguaje del juego, del azar. El azar de que dos átomos de hidrógeno se encontraran con uno de oxígeno, el que yo sea como soy o que me guste la manzana. Definitivamente es más fácil describirlo a nuestro nivel, con todos nuestros sentimientos, emociones e impulsos. Aunque también se puede ver así: un atardecer es un evento que puede ser descrito en términos matemáticos, entender la órbita elíptica de la tierra etcétera. Pero lo que yo siento al ver el sol ponerse sobre el horizonte del mar es una experiencia estética, es decir, es asunto fenomenológico que se describe mejor en términos artísticos. Sin embargo el punto más fuerte es que no necesita haber un ser humano para que el sol caliente la tierra, y por lo tanto habrá otras cosas que experimenten el atardecer. Si le parece hermoso a la piedra, eso ya es cuestión de gusto y confieso que a la fecha no he encontrado la manera de preguntarle a las piedras qué opinan de los atardeceres, pero tampoco lo he intentado. Bromeo, pero la verdad es que no veo porqué negarle a la piedra el sentir calor cuando es obvio que se calienta.

Es evidente que las cosas en este universo no existen aisladas unas de las otras, y que los lenguajes universales están necesariamente ligados. Esto se debe a la definición fenomenológica de la mente. Los dos lenguajes sirven a todo para maniobrar su existencia en este universo desde su punto de vista. Eso suena muy extraños, lo sé. Pero todo existe en un espacio tiempo, y sin embargo todo experimenta el pasar del tiempo desde su propio punto de vista. En resumen, se puede decir que el arte es el lenguaje del cambio mientras que las matemáticas son el lenguaje del orden. Desde nuestro punto de vista, se puede pensar que los objetos hablan el lenguaje matemático sin entenderlo mientras que el hombre, que entiende el lenguaje matemático, habla el artístico sin entenderlo. Pero a la vez todo está sujeto al tiempo, por lo que la distinción entre sujeto y objeto se vuelve difusa.

La Consciencia

Si todo tiene experiencias desde la primera persona ¿qué pasa con la consciencia; qué es la consciencia? Al principio utilicé la palabra evitando ahondar en el tema, y simplemente para explicar cómo aborda la filosofía de la mente el problema de la consciencia. Pero a estas alturas es inevitable preguntarse qué pasa con nuestra consciencia; cómo es, y sobre la posibilidad de la existencia de otras consciencias. En concreto cuál es la relación entre la mente y la consciencia. Creo que si bien la mente es algo inherente a todo en el universo, la consciencia existe de distintas maneras.

No puedo negar la consciencia a átomos, mesas, galaxias y árboles o perros; pero puedo clasificarlos. Por el momento mi clasificación es muy simple: existen consciencias individuales y colectivas. Una consciencia colectiva es la que no tiene consciencia de su identidad y por lo tanto no es individual. La teleología de su consciencia es compartirse y unirse para formar algo más grande, o diferente, o nuevo. Un átomo de hidrógeno, lo es hasta que se encuentra a otro con quien compartir uno de oxígeno, y una vez que se entienden, dejan de ser átomos para convertirse en una molécula, la molécula en gota y la gota en lluvia, por decir algo. Por esto lo entiendo como consciencia colectiva, porque las cosas dejan de ser cosas para formar un algo nuevo de lo que ya no son partes ajenas, sino partes de un todo diferente; forman algo nuevo en sí.

Por otra parte, las consciencias individuales pueden ser parte de algo pero siempre van a tener la sensación de identidad. Un perro puede ser parte de una jauría pero no por eso deja de ser un perro. Los seres humanos vivimos en sociedad, pero estamos muy lejos de llegar a una consciencia colectiva en la que nos entendamos como el ser humano –una unidad humana que fuese algo nuevo en sí y donde no hubiera un yo y un tú. En este sentido tenemos mucho que aprender de las consciencias colectivas, pues si todo tiende a la unidad, la individualidad nos hace resistir esta tendencia.

Con mi definición fenomenológica rechazo la relación sujeto-objeto y opto por una diferencia entre consciencias de cuya dialéctica surge un nuevo discurso y una nueva manera de ver el mundo. Creo que no hay objetos en el universo pues todos somos sujetos del tiempo, del cambio y del movimiento, y que por lo tanto, todos somos sujetos. Sujetos individuales o colectivos pero sujetos al fin. Los sujetos colectivos se unen para crear sujetos individuales estructuralmente más complejos, pero estos sujetos individuales tienen que aprender del comportamiento colectivo, pues la unidad y la unión parecen ser los caminos que se ha trazado la naturaleza, y hay cuatro fuerzas de atracción para demostrarlo.

En este sentido seguimos buscando esa unidad; eso que sea esencial a todo. Esa parte última, el final de la búsqueda, algo que sea común a todo. De ahí el Gran Colisionador de Hadrones y la cacería del bosón de Higgs. Pero aquella que muchos llaman la partícula de dios bien podría ser la partícula ‘fenomenal’ (por Chalmers, aunque yo diría fenomenológica) o la partícula mental. Yo no pienso especular sobre si ahí terminará la búsqueda, pero el hecho de que sigamos buscando es buen indicio.

De la Metafísica a la Epistemología

Así que seguimos buscando con esa curiosidad insaciable, y eso es bueno. Y es bueno porque obedece a la naturaleza mental del universo. La verdad es que he pasado mucho tiempo tratando de sentar una base metafísica sólida, por lo que no he podido detenerme mucho en la epistemología. Pero si tuviera que dar mi opinión respecto al porqué de nuestra curiosidad y de nuestra necesidad de aprender, tendría que decir que es precisamente porque la tendencia natural del universo es la unidad. Y que mejor manera de alcanzar la unidad que conociendo al vecino, así que si alguna vez le han hablado a los árboles o piedras y les pareció extraño, piénsenlo de nuevo ahora; tal vez la próxima vez la piedra responda y aprendamos algo. Tal vez siempre responde y somos nosotros los que no entendemos.

Al escribir esto no puedo sacudir la idea de que el Big Bang no es sino producto de una mente unida y perfecta que se aburrió de ser una cosa perfecta. Entonces explotó. Explotó porque prefirió ser todo y nada, en un mar de posibilidades infinitas para que después de miles de millones de años, sus fragmentos se dieran cuenta de lo que son, y que al recordarlo, los pedazos vuelven a ser un todo. Y ese es el Big Crunch. Cuando dejamos de ser parte del todo para ser el todo; cuando hemos agotado hasta la última posibilidad de colectividad.

[1] http://consc.net/papers/nature.html
[2] http://plato.stanford.edu/entries/panpsychism/
[3] http://plato.stanford.edu/entries/phenomenology/

Zombies filosóficos

Mi postura ante el problema de los zombies filosóficos, es que el problema puede solucionarse si pensamos que la mayoría de los átomos que constituyen a un ser humano, han compartido de las experiencias de dicha persona.

El yo individual no es sino producto de las experiencias que el individuo tiene con su entorno y lo que percibe como la realidad. Entonces el imitar mi estructura neurológica junto con la replicación de mi genotipo y fenotipo, no implica que el zombie resultante tenga necesariamente un recuerdo de mi madre idéntico al mio, pues nunca tuvo la experiencia que yo tuve con ella. Además es igualmente improbable que perciba las cosas de la misma manera que yo.

El zombie no soy yo porque existe un componente fenomenológico en la conciencia.

Espectador

Sentado en la butaca de la vida
me concentro en la actuación del universo
para tratar de entender mi papel.

El sonido del paisaje
me llevó de la mano
a la iluminación por obscuridad.