Hoy me la aplicó. Pese a los paraguas, bajamos empapados del templo de Innari (el zorro). Para ella, caminar con los pies mojados es una tortura, así que se discutió la opción de que ella se guardara, pero nunca se tomó una decisión concreta.
De pronto llegamos a una parada, y de la nada, me dijo que se bajaba, me dio el mapa y se fue. Cuando llegué a la última parada de esa ruta, me di cuenta de que no sabía dónde estaba el mercado. No pasa nada, pensé, y decidí emprender el viaje de regreso a donde nos estábamos quedando. El problema, luego caí en cuenta, fue que tampoco sabía dónde estaba el hostal. Tiempo más tarde llegué al hostal equivocado; la probabilidad era de 50% y perdí el volado. Fue así como pasó. Asumí que el templo que había visto la noche anterior cerca del hostal, era uno que en realidad no era el que yo creía. Claro, era de noche, en Kyoto (que está lleno de templos), y yo iba guiado por pura memoria. Y bueno, terminé cerca de la universidad. Mientras caminaba intercepté una conversación en inglés, pregunté por el hostal, y llegué… al hostal equivocado.
Ahí me conecté, pero al no obtener respuesta inmediata, pedí que llamaran al único otro hostal de la cadena en Kyoto para ver si había un mexicano (o sea yo) registrado. Como era de esperarse, resultó que sí había un mexicano registrado. El encargado me dio direcciones y después de unas 10 horas, llegué a territorio conocido. Tenía hambre, así que decidí comer, de lo contrario me comería a quien me había abandonado. Me tomé una cerveza mientras veía cómo me preparaban el mejor okonomiyaki que me he comido, y concluí que la vida es bella incluso cuando estás cansado y tienes los pies mojados.