Aoka, 700 dc.
Aoka era un territorio seco y su pueblo era muy pobre. Tenía además un problema circular: como era una región pobre y árida, la mayoría de su gente joven abandonaba Aoka tan pronto les era posible, entonces no contaba con los recursos humanos para rehabilitarse, por lo que seguía árida y pobre. La situación era triste.
Cuando Esu Binai tuvo la oportunidad de salir de Aoka, lo invadió un sentimiento de incompletitud y se dio cuenta de que en realidad, no era un adulto. Era un hombre, sí, pero sus ambiciones eran muy diferentes a las del resto de su generación. Sus placeres eran simples. Había dos cosas que disfrutaba por encima de todo: caminar, y la jardinería; tal vez fuera por eso que la situación de Aoka pesaba tanto sobre él.
Y no era que no tuviera oportunidades, después de todo, le habían ofrecido ser el jefe de jardinería del monasterio en Oshika, cerca de ahí. Cuando le hicieron la invitación formal sintió que algo no cuadraba, como si Aoka misma le pidiera que se quedase. Cortésmente, rechazó.
El día promedio de Esu Binai, consistía en hacer un recorrido en espiral, partiendo desde el centro del pueblo, para llevar agua a las pocas áreas verdes que había en Aoka. En uno de esos días, ya cuando se acercaba a los límites del pueblo, encontró una lagartija verdiazul que le llamó mucho la atención. Nunca antes había visto una parecida, a pesar de que se la vivía observando atentamente a la naturaleza.
A partir de aquél día, siguió encontrándose a la lagartija con una periodicidad que no tenía un patrón aparente. En realidad sí había un patrón, pero el hecho de que él no lo encontrara, no significaba que no lo hubiera. De hecho, no sólo existía, sino que además estaba escondido en la figura que trazaba al elegir sus rutas.
Después de haberla visto por primera vez, se la encontró al día siguiente. Luego pasaron dos días antes de que se la volviera a encontrar, después hubo un intervalo de tres días. Esu supuso que así iba a seguir, pero luego el intervalo brincó de tres, a cinco días, y luego pasaron ocho días entre un avistamiento y otro. De pronto él se sintió angustiado. Disfrutaba de ver a la lagartija y le llamaba la atención cómo la lagartija lo observaba.
Cuando pasaron trece días desde la última vez que la había visto, se la encontró en las afueras del pueblo, justo después de haber terminado de regar. Se acercó con cautela y se sentó junto a ella. Así permanecieron un rato: él en silencio, y ella inmóvil. Al cabo de algunos minutos, en los que el tiempo pareció congelarse porque no se sentía viento ni se podía percibir movimiento alguno, Esu comenzó a hablar con soltura.
“Parece que nos hemos estado siguiendo, pero esta vez ha pasado mucho tiempo y me inquieta pensar que tal vez llegue un momento en el que no nos volveremos a ver. Y entonces ya no estoy seguro de quién sigue a quién”. Hubo otro momento de silencio, y cuando estuvo a punto de hablar de nuevo, la lagartija interrumpió su pensamiento.
“Creo que saber quién sigue a quién, es irrelevante, sin embargo, no puedo evitar percibir algunas inquietudes que te impiden sentirte a gusto”, escuchó dentro de su cabeza. “Pero tienes razón en algo: tu movimiento es lo que ha determinado la temporalidad entre nuestros encuentros, y aunque esto puede cambiar, el curso que llevábamos antes de tener esta conversación, era definitivamente divergente”, continuó. “Verás, yo soy el guardián de esta zona, y veo que la tierra y el entorno están en armonía con su asentamiento humano, y sin embargo a diario percibo en algún momento que ustedes no están cómodos. Así que, dime lo que sea que tengas que decirme al respecto.”
“Nuestro pueblo sólo tiene un problema, y es que no hay agua. No hay agua y por esa razón todo mundo se muda de aquí en cuanto le es posible. Eso es lo único que me entristece, y creo que es algo que preocupa a toda la población de Aoka,” explicó Esu sorprendido.
El guardián simplemente se limitó a decir, con una risa que siseaba, “Agua, por supuesto, nunca lo hubiera adivinado. Asumí que, dada la astucia de su especie, serían capaces de encontrar los ríos subterráneos. Ahora me doy cuenta de que no es así. En fin, con eso sí que les puedo ayudar. Mañana te ayudaré a encontrar un gran río subterráneo no muy lejos de aquí y con el que se podrá abastecer a la población. Cuando te lo muestre, todos serán capaces de verlo, por lo que no será difícil convencerlos de cambiarse de lugar.”
En cuanto terminó de hablar, el guardián despegó rápidamente. Dada su velocidad, Esu pensó que lo perdería de vista en cuestión de segundos, sin embargo el tamaño de la lagartija se mantuvo hasta que él la vio enroscarse alrededor de una nube que descansaba sobre una montaña que estaba a diez días de camino. En ese momento, Esu entendió que su tamaño había aumentado en proporción a la velocidad que llevaba, y a la distancia que lo separaba de Aoka. Esto le dio la seguridad de que lo que el dragón decía era verdad.
Al día siguiente, el dragón trazó el curso del río subterráneo con su cuerpo, y todo el pueblo pudo ver dónde estaba el agua. Tal y como había dicho, Esu no tuvo problemas para convencerlos.
Así nació Shinaoka, que fue el primero de los nuevos pueblos. Lo curioso es que el primero de los pueblos nuevos no era un pueblo nuevo, sino el original. Es decir, Shinaoka es más vieja que Aoka misma, pues ésta última fue fundada de nuevo cuando la expansión de Shinaoka alcanzó el antiguo territorio seco que ahora podía irrigarse gracias a la gente y el buen manejo de los recursos.