Para vestir un museo

Guille nació muda, pero con un agudo sentido del gusto. No el gusto del paladar, la lengua y sus papilas gustativas (Guille no era la mejor cocinera), sino del gusto visual. Desde pequeña combinaba los colores, ordenaba cosas y pintaba los juguetes de su hermanito con la destreza de una profesional.

Mientras crecía, continuó desarrollando sus habilidades. A tal grado que la gente del pueblo decía que se comunicaba a través de las cosas que la rodeaban. Como si pudiera responder preguntas acomodando cosas o combinando colores.

Guille trabajaba limpiando casas, y un día, mientras trabajaba en casa de la señora Rula, que estaba en los linderos del pueblo, vio que a lo lejos se aproximaba una pequeña silueta desnuda. Guille la observó mientras se acercaba torpe y lentamente. La silueta se acercaba mientras Guille se distraía con sus quehaceres, pero después de colgar una jerga, ya no la vio más.

Temiendo lo peor, Guille corrió en dirección de donde había visto la pequeña silueta por última vez. Corrió al máximo de velocidad permitido por sus chanclas durante 2 minutos, y cuando al fin llegó, en el suelo yacía una pequeña de unos 8 o 9 años.

Su instinto la impelía a… arreglarla, de alguna manera. (Los pensamientos de Guille fluyen de manera diferente al del resto de las personas). Y eso fue justo lo que hizo. Lo primero que hizo fue darle agua con un poco de azúcar, y luego la dejó descansar en lo fresco. Mientras la niña dormía, Guille cortaba y cosía telas.

Cuando la niña despertó, se encontró vestida como nunca. Como no tenía mucho material, tuvo que armar la prenda con los retazos que tenía a la mano, utilizando incluso partes de su propia vestimenta. Era la composición más perfecta que cualquiera del pueblo hubiera visto jamás. No era la forma ni los colores, sino la manera en que funcionaba para la niña desconocida.

Sobra decir que Guille no volvió a limpiar casas, y es más; corre el rumor de que vinieron a buscarla de La Ciudad para que se mudara con ellos. Pero no son mas que rumores; nadie sabe si La Ciudad realmente existe. En realidad lo único que queda de Guille es su legado histórico al mundo de la moda, y una que otra prenda que sobrevive en los museos más importantes de todo el mundo.

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